El viejo y extinto oficio de lañador
“Lañaoooooor... se arreglan pucheros y peroooooles, se componen tinajas, cántaros,…,lebriiiiillos”
Éste u otro similar era el grito de guerra del lañador, el característico voceo con que anunciaba su presencia en los pueblos hasta hace no demasiado tiempo. Estos artesanos, generalmente ambulantes, se dedicaban a reparar con unas grapas de metal llamadas lañas, utensilios de cocina como lebrillos, orzas, ollas, fuentes o pucheros de cerámica rotos o descascarillados. Por necesidades inherentes a la casi siempre depauperada economía familiar de los más humildes, era necesario prolongar la vida útil de estos cacharros en lugar de arrojarlos a la basura y adquirir piezas nuevas; este derroche, en épocas pasadas, era del todo impensable. Así pues, el oficio de lañador se consideraba un arte del ahorro y se comentaba que los objetos lañados duraban toda la vida y que, en caso de romperse, era difícil que lo hiciera por la grieta reparada. Como complemento a esta labor restauradora, los lañadores también se encargaban de arreglar paraguas y de atirantar los somieres de las camas cuando éstos habían cedido.
Puede contemplarse una preciosa y antigua olla lañada, procedente de Andalucía, en la sección de cerámica (Cueva-Bodega) del Museo Etnográfico el Caserón
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